martes, 20 de agosto de 2013

Engordar al tiempo

Está chido el lugar. El cotorreo que de manera natural emana del ser humano, se marina delicioso con toda la golosina que nos ofrecen. No es para menos, el cerebro bien que requiere glucosa para estar atento a las conversaciones de los vecinos de mesa y, además de la propia que no poseo, de lo contrario no estaría escribiendo, así evitarme la molestia de intentar localizar al amigo en turno que está ganando un preciado lugar en el de los "ex". Hay dos seños, que de tanto en tanto, me lanzan miradas a mí o a mi verde golosina. Es lógico, ellas están esperando una mesa, mientras yo escribo en mi móvil sobre esto que pasa. Injusto, pienso sobre mi egoísta forma de disfrutar mi golosina y de inmediato miro el reloj para asombrarme de la hora: falta hora y media para mi cita médica.

Ya me fijé. De nuevo lo hice. Por evadirme de pensar en el joven de azul, meneé mi rooibos con el tenedor y le agregué una briznas de mousse de queso que solo afean el líquido ambarino. No sabe mal.

Ya me dio frío y mi excusa verde se ha terminado. Tampoco tengo hambre y nada me detiene en este lugar: humedad, las dos seños mirándome con mayor intensidad y nada más que escribir.

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