lunes, 12 de diciembre de 2016

Cuando estoy sola

Mi mirada se trastoca con la luminosidad de ese cielo blanquecino y estático; no hay viento y los árboles copiosos apenas parecen tener vida. Así, este 12 de diciembre de 2016. Adentro, igualmente tranquilos, los godinez que esperamos la hora de salida a comer nos sentamos frente a nuestras pantallas, quizás soñando despiertos, quizás enfrascados en nuestros soliloquios mentales o respondiendo oficios. A lo lejos percibo el mitote de los compañeros que sí salieron al comedor y el tintinear de sus cubiertos sobre los platos. Unos se liberan de la rutina y otros estamos en estado latente, a la espera de huir. Yo solo quiero escribir, pero sentada en mi cafetería favorita, no aquí, cuidándome de no ser reprendida por mi jefe, que no desea que estemos "coyoteando". Las risas francas de los comensales suben de volumen y evito pensar en lo afortunados que somos de trabajar en una oficina guadalupana. Me río. Claro que no es una fortuna pertenecer a esta tribu urbana que tiene como tótem los días de asueto, aunque la vida restante la dedique a renegar de las creencias religiosas o patrióticas; pero la rutina del oficinista es motivo suficiente para contar los minutos para salir antes del horario habitual. Yo escribo, pero también busco evitar la búsqueda de mi crush del momento, simplemente porque ya no es creíble la ficción de los encuentros fortuitos y mi mente me juega malas pasadas porque, cada que lo veo, no puedo articular un saludo sin que suene raro: al chillido destemplado de un pollo; pero -me explico- mi apatía por el joven crush ya no la puedo evadir: su impasibilidad ha decantado mi esperanza. Me contradigo: acabo de dejarme llevar por las ganas de verlo y escucharlo; me asomé al comedor y supongo que coincidimos en el criterio de evitar el comedor para salir a comer a un lugar menos godín.

Después de todo, la tarde quedó deliciosa: ya estoy en mi cafetería favorita esperando mi quiche del día y mi vaso de té Lhasa frío; el sol apenas entibia el ambiente invernal y mis ojos coquetean con las copas de los árboles que entreveran al astro rey. En contra esquina, un auto sirve de puesto para rendir tributo a unas maravillas coloridas del arte textil del México sureño, y no dejan de transitar por la calle los autos de la zona.

No dejo de fantasear con mi crush y ahorita me encantaría ver pasar su carro. Tiene unos ojos muy lindos: enormes y oscuros; su faz es tosca, y peor de feo lo veo cuando hace gestos de desagrado o de hipocresía social. De hecho, parece un pitecantropos: frente estrecha y mucho vello facial mal cortado. No es alto y su cuerpo es abofado; fueron sus ojos grandes y su voz atenorada lo que me flecharon. Su mirada tiene una alarma de alegría inevitable: quizás la candidez de su juventud no ha corrompido su humor, cáustico y, aún le habita un universitario tierno y deseoso de contribuir con la materialización de sus sueños a un mundo con más sentido. Su voz me encanta, aunque se guarde de conversar para sus amigos de oficina. 

El castañeo de los hielos que refrescan mi té me distrae y me concentro nuevamente en la gente que pasa o está sentada en la cafetería. Un hombre con barba hirsuta ignoró que una bicicletera casi le rebana la bolsa trasera medio cosida; un hombre maduro trae puestas unas gafas de arillo color verde transparente, quejándose con el mesero por no traerle un poco de vinagre blanco para su ensalada; en otra mesa, una mujer joven alimenta a su acompañante de unos setenta años y me atrae la cabellera güera de una chica, que muy sonriente disfruta su ensalada. En el puesto de textiles artesanales un bebé en brazos le sonríe a la mascota de sus padres, que reposa a los pies del árbol que los cubre del sol; unos rubios obesos se bajan de su carro negro y el hombre, como de mi edad, me mira molesto. Me río: unos compas de la oficina llegan a comer al mismo lugar que yo y tengo que fingir que me agrada encontrarme con gente conocida. Afortunadamente rechazan mi invitación a compartir mesa y sigo escribiendo. Me cuestiono: ¿realmente me gustaría toparme con mi crush, justo cuando estoy escribiendo?




lunes, 26 de octubre de 2015

Sin eco

La desesperación cabía en una punzada
Piquete avispa lagrimal
Mis pupilas ardían solemnemente, 
como si la ventana en turno fuera un rostro castrante.
Los días y su alquimia transformadora hicieron a las horas vapores tóxicos;
Mi olfato inmunizó a la memoria: sensaciones que faltan y que me dicen que el dolor es aún presencia.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Mover piedras

Son las once de la noche. A estas horas se despertaba a mi papá (diligentemente mi abuela lo hizo, después mi madre y al final lo hice yo) para que preparara su ida al trabajo. La madrugada era su ambiente y aunque sabía lo mucho que desgasta tener los ciclos de vida alrevés, su entusiasmo (o terquedad) fue inquebrantable. Otros habrían claudicado al poco tiempo o habrían buscado una compensación financiera como lo hacían varios compañeros, pero mi papá optó por durar en el turno de la madrugada, como locutor, más de 25 años. Ya nunca sabré si se sacrificó porque no pudo ir en contra de la corriente burocrática o fue una manera de ser contreras a la masa comodina que dizque labora en esa radiodifusora.

Muchas preguntas que le hice se quedaron sin respuesta y, honestamente, las incógnitas ya no me revuelven la paz: a final de cuentas, él hizo con su vida un soberano papalote y lo hizo volar. De vez en cuando, hasta se dio el gusto de ayudar (en sus posibilidades financieras) a quienes siempre se llenaron el buche de anécdotas de la buena vida que la clase media alta se da. Yo no soy sacrificada y no me avergüenza reconocerlo: las contradicciones de mis padres, también fueron buena escuela.

De manera frecuente, también me digo que quiero vivir así, sin las ataduras de las expectativas de obsesivos y neuróticos, aunque el precio que se pague es no ser el centro de la vida de otros. Quiero vivir con la plena certeza de que no hay camino hecho, sino piedras que obstaculizan, pero que se pueden mover.

martes, 4 de agosto de 2015

Esa paz que dan las respuestas

La voz de uno de los mejores bailarines gringos de finales del siglo XX (el gran Michael Jackson) suena como trasfondo musical  y pienso que tengo un buen soundtrack para musicalizar este día común. 

Escucho las voces de este espacio godín  mezclándose con la tibieza de la oficina ocupada por 17 personas y sus pc's orendidas. Un pequeño hornito. Todo tranquilo pese a que estamos en temporada alta de chinga burocrática. Mi mente procastina y descanso mis ojos que emigran del blanco total de este blog al café pardo de mi bandeja de entrada, brinco a la web de la ropa Julio y luego a la lista de canciones para buscar otra roma porque ya solo escucho las sopranescas voces de mi trabajo; entra el jefe de jefes haciendo una broma sobre el hacinamiento y recuerdo que debo continuar con mi faena: los reportes estadísticos de la matrícula 2015 de la escuela. Retomo poner música -qué certero fue el filósofo alemán de difícil pronunciación, cuando afirmó que la vida sin este arte no tiene sentido- y las voces de contratenor de Air Supply me hacen sentir acompañada en mi constreñida soledad.

Me es imposible olvidar las palabras de papá sobre la música: para él, el único arte consustancial al ser humano era este arte y daba por hecho que cierta polémica estaba zanjada sobre qué instrumento musical fue el primero creado por el homo. Sin dudas decía que la voz humana, por encima de los instrumentos de percusión, pese a que nuestra especie ha dejado múltiples evidencias de dicho instrumento. Su argumento, de tan simple y claro, jamás se me ocurrió cuestionarlo: esta capacidad de imitar los sonidos de la naturaleza habría llevado a la especie humana a desarrollar voz, canto y lenguaje. En aquél entonces me sorprendía mi padre y aún después de muerto, me siguen asombrando sus ideas.

En mis ensoñaciones del inframundo, siento que mi padre ha develado el origen de todas sus dudas y con toda la certeza que me da la fe, seguramente estará en paz.


domingo, 2 de agosto de 2015

Mutismo

Los fines se discuten trivialidades: que si la que canta en la radio es niña o no; que si la gata está espiando un ratón o una lagartija; que si iremos al centro caminando o en taxi; que si hay que esperar el té o degustar un rico pastelito.

Me distrae un perro salchicha y me traen el famoso té verde con leche, llamado matcha. La verdad, qué porquería de superfood, sabe a pasto con leche (mi madre bromea con lo mismo), pero mi orgullo me impide regresarlo, tons lo endulzo y lo bebo con grandes tragos, sin permitirle al líquido que se roce con mis papilas gustativas. A veces las culpo, por estar  receptivas a ciertos sabores y "adormiladas" para otros. De otro modo no me explico porqué rechazo lo amargo y adoro lo dulce.

A nuestro lado está un hombre escribiendo y atrás de nosotras la barra de la pastelería que está rebosante de las exóticas delicias de este lugar, una casa de degustación de té y comida "orgánica".

Parece que le estoy agarrando gusto al pastito con leche, mientras me dedico a recordar los nombres chinos de la carta de té y pienso que me sería complicado aprender ese idioma. Bueno, en realidad, desde hace tiempo encuentro poco motivante aprender cualquier idioma. Me comunico poco.

Pero retorno a los nombres chinos porque la descripción de cada té me evocan imágenes lánguidas y bucólicas como de un atardecer de la National Geographic.

Me siento como dama de compañía venida a menos. O mejor dicho, una que habla otro idioma, a la que encargaron el cuidado de un viejito que no es de su familia. La enfermedad de mi mamá, de orden neorológico, es de esas que hacen perder la cordura a los familiares: ya no hay orden común en sus actos, todo es encontrar ropa húmeda en la alacena o latas de atún debajo de la tarja del lavabo.

Intento pensar en un orden secreto de sus actos, pero me domina mi función de dama de compañía, hago mutis y sigo comiendo.

domingo, 12 de abril de 2015

La primavera en la ciudad de altos IMECAS



Después de medio día me siento a descansar sobre un viejo reposet,
mi mirada pasea y nada me motiva abandonar esta lacidez.
La casa acoge el runrun del refrigerador y
a los lejos en la calle
oigo acercarse al de las morelianas y al nevero:

es un verdadero domingo: silencioso y solitario.

martes, 10 de marzo de 2015

Poema de Mario Montalbetti


"Fondo del poema"

Nada seduce más al hombre, no el paso meditado de la sombra de un animal, no la vida, no el ojo negro de la muerte, no la muerte, no la tenacidad del deseo, nada seduce mas al hombre que un abismo. Ante él, el hombre siente una indecible necesidad de arrojar algo, una envoltura de papel, una moneda, una idea, lo que sea, incluso a sí mismo, con tal de verter algo en su largo vacío. Y esto es lo más curioso: si no encuentra nada que arrojar, hace algo plenamente romántico: escupe. Y luego sigue con la mirada las evoluciones de la mancha blanca de saliva deformándose en el aire durante su caída. Digamos que dura cinco segundos.
Hay abismos morales, sexuales, psicológicos. Hay también abismos poéticos, versos que caen de barrancos marrones a playas de arena negra, acompañados de la mierda absorta del poeta que se deleita con las contorsiones de las sílabas abismo abajo.
La mancha blanca llega al fondo. La mirada absorta no llega a él, solamente lo intuye y es siempre lo mismo: un esplendor blanco, algo que sobrevive, una tercera cosa, y una inconsolable felicidad.
Tomado de: https://cesurauia.wordpress.com/2014/04/09/mario-montalbetti/