Después de medio día me siento
a descansar sobre un viejo reposet,
mi mirada pasea y nada me
motiva abandonar esta lacidez.
La casa acoge el runrun del
refrigerador y
a los lejos en la calle
oigo acercarse al de las morelianas y al nevero:
es un verdadero domingo:
silencioso y solitario.
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