martes, 20 de agosto de 2013

Engordar al tiempo

Está chido el lugar. El cotorreo que de manera natural emana del ser humano, se marina delicioso con toda la golosina que nos ofrecen. No es para menos, el cerebro bien que requiere glucosa para estar atento a las conversaciones de los vecinos de mesa y, además de la propia que no poseo, de lo contrario no estaría escribiendo, así evitarme la molestia de intentar localizar al amigo en turno que está ganando un preciado lugar en el de los "ex". Hay dos seños, que de tanto en tanto, me lanzan miradas a mí o a mi verde golosina. Es lógico, ellas están esperando una mesa, mientras yo escribo en mi móvil sobre esto que pasa. Injusto, pienso sobre mi egoísta forma de disfrutar mi golosina y de inmediato miro el reloj para asombrarme de la hora: falta hora y media para mi cita médica.

Ya me fijé. De nuevo lo hice. Por evadirme de pensar en el joven de azul, meneé mi rooibos con el tenedor y le agregué una briznas de mousse de queso que solo afean el líquido ambarino. No sabe mal.

Ya me dio frío y mi excusa verde se ha terminado. Tampoco tengo hambre y nada me detiene en este lugar: humedad, las dos seños mirándome con mayor intensidad y nada más que escribir.

viernes, 9 de agosto de 2013

Un instante en la seda

El té se ha enfriado, un poco por el clima húmedo del verano defeño y otro tanto por destapar la tetera porque no tolero que cualquier líquido me achicharre el hocico. De inmediato regreso la vista a mi lectura en turno, una sucesión sabrosa y picante de cuentos posmodernistas, plena de sufrimientos o desazones. Perdón, no es que me fascine el dolor ajeno, simplemente la forma de contar esos desamparos del alma, tienen un sentido muy genuino. Muy creíbles la mayoría.

Mi vista, entre tanto, de reojo echa un lazo a quienes entran y me observan con breve atención. ¿Qué tanto me mirarán? Siempre me ha inquietado que me observen porque nunca me he considerado una belleza provocadora de tortícolis, aunque mi ego bien que ha recibidos buenos chuleos cuando de vez en cuando me esmero. Algo les habrá llamado la atención por segundos.

El lugarcito tiene un mostrador bien iluminado por una ventana que da al poniente y que permite al goloso cautivo, pegarse de frente para seleccionar su golosina con toda la luz de la tarde. Hoy, esa vitrina estaba rebosante de delicias para comelones que, al igual que su servidora, babeamos por sabores exóticos y singulares: infusiones traídas de África, pasteles de té verde y chocolate o de lavanda, capuchinos sabor cardamomo, quiches que la carta presume como hechos al día.

Pienso que me gustaría decirle a J.: "...estoy escribiendo, corazón; dando libertad a la marea de narrativas que inundan mi mente", pero en deseo se queda mi manía de contarme esa cosa inexplicable, sucesión de eventos azarosos o volitivos al que nombramos "vida".

Mientras sigo en este rincón luminoso de Coyoacán conocido como "La ruta de la seda" y mi té se ha enfriado por completo, recuerdo a todos los que lejos están de mí en este instante.