lunes, 26 de octubre de 2015

Sin eco

La desesperación cabía en una punzada
Piquete avispa lagrimal
Mis pupilas ardían solemnemente, 
como si la ventana en turno fuera un rostro castrante.
Los días y su alquimia transformadora hicieron a las horas vapores tóxicos;
Mi olfato inmunizó a la memoria: sensaciones que faltan y que me dicen que el dolor es aún presencia.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Mover piedras

Son las once de la noche. A estas horas se despertaba a mi papá (diligentemente mi abuela lo hizo, después mi madre y al final lo hice yo) para que preparara su ida al trabajo. La madrugada era su ambiente y aunque sabía lo mucho que desgasta tener los ciclos de vida alrevés, su entusiasmo (o terquedad) fue inquebrantable. Otros habrían claudicado al poco tiempo o habrían buscado una compensación financiera como lo hacían varios compañeros, pero mi papá optó por durar en el turno de la madrugada, como locutor, más de 25 años. Ya nunca sabré si se sacrificó porque no pudo ir en contra de la corriente burocrática o fue una manera de ser contreras a la masa comodina que dizque labora en esa radiodifusora.

Muchas preguntas que le hice se quedaron sin respuesta y, honestamente, las incógnitas ya no me revuelven la paz: a final de cuentas, él hizo con su vida un soberano papalote y lo hizo volar. De vez en cuando, hasta se dio el gusto de ayudar (en sus posibilidades financieras) a quienes siempre se llenaron el buche de anécdotas de la buena vida que la clase media alta se da. Yo no soy sacrificada y no me avergüenza reconocerlo: las contradicciones de mis padres, también fueron buena escuela.

De manera frecuente, también me digo que quiero vivir así, sin las ataduras de las expectativas de obsesivos y neuróticos, aunque el precio que se pague es no ser el centro de la vida de otros. Quiero vivir con la plena certeza de que no hay camino hecho, sino piedras que obstaculizan, pero que se pueden mover.