martes, 4 de agosto de 2015

Esa paz que dan las respuestas

La voz de uno de los mejores bailarines gringos de finales del siglo XX (el gran Michael Jackson) suena como trasfondo musical  y pienso que tengo un buen soundtrack para musicalizar este día común. 

Escucho las voces de este espacio godín  mezclándose con la tibieza de la oficina ocupada por 17 personas y sus pc's orendidas. Un pequeño hornito. Todo tranquilo pese a que estamos en temporada alta de chinga burocrática. Mi mente procastina y descanso mis ojos que emigran del blanco total de este blog al café pardo de mi bandeja de entrada, brinco a la web de la ropa Julio y luego a la lista de canciones para buscar otra roma porque ya solo escucho las sopranescas voces de mi trabajo; entra el jefe de jefes haciendo una broma sobre el hacinamiento y recuerdo que debo continuar con mi faena: los reportes estadísticos de la matrícula 2015 de la escuela. Retomo poner música -qué certero fue el filósofo alemán de difícil pronunciación, cuando afirmó que la vida sin este arte no tiene sentido- y las voces de contratenor de Air Supply me hacen sentir acompañada en mi constreñida soledad.

Me es imposible olvidar las palabras de papá sobre la música: para él, el único arte consustancial al ser humano era este arte y daba por hecho que cierta polémica estaba zanjada sobre qué instrumento musical fue el primero creado por el homo. Sin dudas decía que la voz humana, por encima de los instrumentos de percusión, pese a que nuestra especie ha dejado múltiples evidencias de dicho instrumento. Su argumento, de tan simple y claro, jamás se me ocurrió cuestionarlo: esta capacidad de imitar los sonidos de la naturaleza habría llevado a la especie humana a desarrollar voz, canto y lenguaje. En aquél entonces me sorprendía mi padre y aún después de muerto, me siguen asombrando sus ideas.

En mis ensoñaciones del inframundo, siento que mi padre ha develado el origen de todas sus dudas y con toda la certeza que me da la fe, seguramente estará en paz.


domingo, 2 de agosto de 2015

Mutismo

Los fines se discuten trivialidades: que si la que canta en la radio es niña o no; que si la gata está espiando un ratón o una lagartija; que si iremos al centro caminando o en taxi; que si hay que esperar el té o degustar un rico pastelito.

Me distrae un perro salchicha y me traen el famoso té verde con leche, llamado matcha. La verdad, qué porquería de superfood, sabe a pasto con leche (mi madre bromea con lo mismo), pero mi orgullo me impide regresarlo, tons lo endulzo y lo bebo con grandes tragos, sin permitirle al líquido que se roce con mis papilas gustativas. A veces las culpo, por estar  receptivas a ciertos sabores y "adormiladas" para otros. De otro modo no me explico porqué rechazo lo amargo y adoro lo dulce.

A nuestro lado está un hombre escribiendo y atrás de nosotras la barra de la pastelería que está rebosante de las exóticas delicias de este lugar, una casa de degustación de té y comida "orgánica".

Parece que le estoy agarrando gusto al pastito con leche, mientras me dedico a recordar los nombres chinos de la carta de té y pienso que me sería complicado aprender ese idioma. Bueno, en realidad, desde hace tiempo encuentro poco motivante aprender cualquier idioma. Me comunico poco.

Pero retorno a los nombres chinos porque la descripción de cada té me evocan imágenes lánguidas y bucólicas como de un atardecer de la National Geographic.

Me siento como dama de compañía venida a menos. O mejor dicho, una que habla otro idioma, a la que encargaron el cuidado de un viejito que no es de su familia. La enfermedad de mi mamá, de orden neorológico, es de esas que hacen perder la cordura a los familiares: ya no hay orden común en sus actos, todo es encontrar ropa húmeda en la alacena o latas de atún debajo de la tarja del lavabo.

Intento pensar en un orden secreto de sus actos, pero me domina mi función de dama de compañía, hago mutis y sigo comiendo.